Después de haber actuado en grandes escenarios y llevar la esencia de la música latina por todo el mundo, el pianista ganador del Grammy, Arturo O’Farrill, no olvida que es en lugares como el Zinco Jazz Club donde puede ser él mismo, conectarse con el público y mostrar su verdadera esencia como artista.
Durante su gira en México para presentarse en el Palacio de Bellas Artes y en la clausura del Festival Cervantino, este mexicano radicado en Estados Unidos decidió reservar el 27 de octubre para presentarse junto con la Afro Latin Jazz Orchestra ante 100 personas en el Zinco Jazz Club, ofreciendo así un espectáculo único y mucho más íntimo.
A diferencia de los conciertos que suele dar frente a grandes audiencias, este programa para el escenario que mejor suena de la Ciudad de México fue preparado para mostrar el lado más experimental y moderno de su agrupación ante un público más reducido y selecto. Esto es una manera de honrar sus inicios como músico y jazzista. Además, estará acompañado por sus hijos, Adam y Zack.
“Aunque hago todas estas cosas en grandes escenarios, me enamoré de Herbie Hancock a los 12 años y, como músico, crecí tocando por las noches en lugares pequeños y oscuros, con tres o cuatro músicos y una veintena de personas en el público. Ahí encontré un verdadero laboratorio de creatividad”, recordó Arturo. “Es en ese momento cuando empiezas a desarrollar tu identidad como músico, porque es cuando puedes inventar, experimentar, dejar el miedo atrás y aprender a volar sin alas”.
A pesar de haber cruzado fronteras como músico a lo largo de su extensa carrera, explorando géneros que van desde la música clásica hasta el reggaetón, a sus 63 años, el pianista mexicano encontró en el jazz una forma de expresión particular y en los clubes especializados un espacio único para compartirla.
“Clubes como el Zinco son los verdaderos templos sagrados del jazz. No tienes pretensiones cuando llegas a un club así. Te desnudas espiritual y emocionalmente porque estás ahí con la gente frente a ti y no te puedes esconder. Si pudiera, me encantaría tener una residencia en el Zinco Jazz Club, traer la big band, el trío y también tocar en solitario durante una o dos semanas para vivir realmente dentro de ese club y tener la oportunidad de mostrar todo lo que es Arturo”, expresó O’Farrill.
Además, estos espacios pequeños llenos de intimidad son donde el autor de obras de defensa de clases sociales marginadas, como “Fandango at the wall” y “The offense of the drum“, logra conectar más profundamente con el público y transmitir lo que él mismo ha tenido que sufrir como migrante en Estados Unidos, así como lo que considera la vocación del jazz.
“Bill Evans dijo ‘el jazz no es un qué, sino un cómo’, y para mí el jazz es un vehículo para explorar la historia de los esclavos, de los indígenas y de la gente que sufre. Es una forma de soportar el sufrimiento del mundo y ayudar a entender por qué las cosas están así. Es un método para entender, no es una cosa, sino un esfuerzo espiritual para comprender tu lugar en el mundo y en tu propia vida”, destacó Arturo.
O’Farrill no se identifica con los músicos que hablan de “preservar” el jazz clásico, sino con la vanguardia que mantiene el espíritu de los primeros creadores de un ritmo que nació para romper esquemas establecidos, algo que ha tratado de replicar desde que se enamoró del género al escuchar un disco de Herbie Hancock a los 12 años.
“La conversación del jazz nunca se detuvo, está viva y las personas que participan en esa conversación no están tratando de preservarla, porque ya no es posible. La música jazz no se puede preservar, es algo que vive y no quiere sentarse con un traje y portarse bien. El jazz es fuerte, revolucionario, huele bien o mal, pero no se puede conservar, se tiene que dejar fluir para que explote”, opinó el hijo de la leyenda cubana, Chico O’Farrill.
Esta presentación en el Zinco Jazz Club también es una oportunidad para conectar con su gente de México, entre quienes no se siente como un extraño, sino como parte de la familia.